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Los Laureles del Zócalo o cuando en Oaxaca los árboles se politizan

+ Los “errores” que en opinión del arquitecto Enrique Lastra provocaron “un desastre arquitectónico” en el Zócalo, el parque El Llano y la Fuente de las Ocho Regiones

OAXACA, OAX., octubre 8 de 2020.- Estos son algunos recuerdos del porvenir del “árbol político” a propósito que, en este septiembre de 2020, volvieron a caer laureles de la India en el Zócalo; la fundación Harp transportó y sembró un higo sustituto que donó el pueblo de San Pedro Mártir, distrito de Ocotlán, en el sitio donde murió uno de aquellos; los activistas del Colectivo de Organizaciones Ambientalistas de Oaxaca (COAO) dijeron que de nada servían acciones como esta, y la también ambientalista Pina Hamilton se pronunció por no politizar el asunto:

En abril de 2005 cayó un primer laurel de la India y días después otro más por una supuesta “remodelación” del Zócalo y la Alameda del León de la Ciudad de Oaxaca con base en un proyecto impuesto por el gobierno de Ulises Ruiz Ortiz.

Un proyecto que empezó siendo uno y terminó siendo otro porque así sucede cuando hasta los árboles se politizan.

Al principio, la fundación Harp se involucró en la protesta contra esa “remodelación” efectuada en el primer año del gobierno ulisista, incluso prestó la Casa de la Ciudad que tenía y tiene en comodato para un encuentro que terminó en pleito entre los opositores a la “remodelación” y funcionarios de gobierno.

Luego de eso, se deslindó del asunto no obstante que hubo “un desastre arquitectónico”, simbólico y ecológico en la plaza central y otros sitios emblemáticos de la ciudad.

Al otro día de la caída de ese primer laurel —al cual bautizaron como “el árbol político” los arboristas que lo replantaron—, entre los pedazos del empedrado de cantera verde levantado, la tierra suelta, los escombros y el árbol caído, diversos personajes de la clase artístico-intelectual, profesionistas y ciudadanos oaxaqueños recorrían el Zócalo revuelto, observaban, intercambiaban comentarios, movían la cabeza en sentido desaprobatorio y gestaban el nacimiento del Comité de Vigilancia Ciudadana (CVC).

Ahí estaban harpistas, toledistas, ecologistas y activistas de Oaxaca congregados alrededor de una causa común: Isabel Grañén Porrúa, esposa del magnate altruista y filántropo Alfredo Harp Helú; el artista plástico Guillermo Olguín, propietario del bar cultural Café Central, cuyo hermano, el antropólogo Santiago Olguín, se convertiría en vocero y uno de los líderes principales del CVC; creadores como Juan Alcázar, en ese tiempo director del Museo de los Pintores Oaxaqueños; Salvador Hernández, promotor cultural nativo; Miriam Ladrón de Guevara, pintora oriunda del Distrito Federal residente ya durante años en la capital oaxaqueña; Marieta Bernstorff, dedicada a los viajes por todo el estado para turistas estadunidenses y europeos, Claudia Turrent y el arquitecto Alejandro D’Acosta; alguna hermosa ultra de clase media alta que gritaba al director del Instituto del Patrimonio Cultural de Oaxaca, Carlos Melgoza Castillo, y otros funcionarios que aparecieron por ahí: “corruptos, fascistas, prepotentes”.

Pocos días después, el gobierno de Ruiz Ortiz y una vertiente de la clase artístico-intelectual y profesionistas que conformaron el CVC, algunos comerciantes del mercado Benito Juárez e integrantes de organismos no gubernamentales concertaron un encuentro.

Este fue la Casa de la Ciudad, uno de los enclaves de la fundación del ex banquero vuelto magnate filántropo y altruista Alfredo Harp Helú.

En la mesa estaban funcionarios públicos encabezados por el edil del Ayuntamiento de Oaxaca de Juárez, el también priista Jesús Ángel Díaz Ortega; el entonces director del Jardín Etnobotánico del ex convento de Santo Domingo, el biólogo Alejandro de Ávila, y a un costado, fuera de escena, inquieto, el pintor Luis Zárate, autor éste y coautor aquél de un proyecto que quiso pero no pudo ser.

Los funcionarios trataban de explicar el proyecto, los inconformes tenían copado el inmueble y los interpelaban y abucheaban. El ambiente subía de tono cada vez más. En un momento dado, nada más se oían gritos y protestas. Los representantes del gobernador Ulises Ruiz Ortiz, así como De Ávila, daban por terminada la sesión porque prácticamente nadie los escuchaba, todos los increpaban, pero tampoco se podían ir, estaba bloqueada la salida.

Los opositores pedían la presencia de un funcionario con capacidad de decisión… Tardó un poco en llegar, su escolta le abrió paso por el pasillo central: era el secretario general de Gobierno, Jorge Franco Vargas, conocido por su temperamento autoritario y por su mote popular, el “Chucky”. Subió al templete y desde ahí retó a todos los presentes: “Háganle como quieran, el gobierno ya decidió”. Salió igual, en medio de la muchedumbre, entre gritos de “fascista, fascista”.

Este hecho significó el inicio de hostilidades entre una parte de la clase artístico-intelectual que conformó el CVC y el gobierno de Ulises Ruiz Ortiz y, por lo mismo, el deslinde de la fundación Harp de la protesta.

Por su lado, el artista Francisco Toledo no se involucró en la protesta porque inicialmente se había acordado que el proyecto —uno retro estilo siglo XIX— sería uno propuesto por el pintor Luis Zárate, el biólogo Alejandro de Ávila y el arquitecto del paisaje Saúl Alcántara.

Y luego, como finalmente éste fue desechado, se desinteresó del mismo: “el  proyecto de Luis Zárate lo rechazaron. El que quedó fue el de Carlos Melgoza. Este plan no me interesó conocerlo porque no tengo ninguna referencia de Melgoza como urbanista o como arquitecto especialmente bueno. Me dijeron que me lo enseñaban, pero yo dije no, porque si ya estaba aceptado, pues ya para qué”, declaró en su momento a este reportero.

Y sólo se inconformó cuando sustituyeron las tradicionales bancas de fierro por unas de granito de a 11 mil pesos cada una, lo cual provocó que repusieran aquéllas y que el artista juchiteco fuera a tomar cerveza al Bar Jardín.

Pero la “remodelación” que consistió en sustituir la cantera verde por piso de adoquí industrial y varios desmanes más ya estaba consumada.

En voz del arquitecto Enrique Lastra estos fueron algunos de los “errores” que provocaron “un desastre arquitectónico” en el Zócalo, el parque El Llano y la Fuente de las Ocho Regiones:

“Introducir materiales ajenos a la tradición de la ciudad, pues al final la plaza central se edificó como con cinco materiales diferentes”, refirió.

Fue un “desastre” que se repitió en El Llano, ya que “era una pieza de arquitectura de espacios abiertos valiosa” y “lo que se hizo otra vez fue utilizar materiales ajenos a la cultura patrimonial”.

Y en la Fuente de las Ocho Regiones ocurrió lo mismo:  la “acción ahí fue poco cuidadosa, se elevó su base y se creó una especie de pirámide con un talud utilizando materiales ajenos, otra vez esa piedra rosa que, al parecer, vende alguien muy cercano al régimen de Ruiz Ortiz”.

(Este breve recuento fue realizado con base en varias entregas periodísticas publicadas por el autor en la sección cultural del periódico “El Financiero” en los años 2005 y 2006).

 

 

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