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Rodrigo Aridjis Portada

Esculturas, patrimonio perdido de nuestras ciudades

La ciudad y sus personajes

Estimado Lector, te comparto mi obra titulada “El Escultor”. Esta imagen fue realizada bajo la técnica de la acuarela sobre papel y tiene el objetivo de reconocer a todos aquellos artistas que forman parte del arte de plasmar una figura a través del volumen (modeladores, vaciadores, fundidores, etc.). 

El arte de la escultura pertenece a las Siete Bellas Artes y se entiende como la acción de modelar, tallar o esculpir en diversos materiales (piedra, arcilla, bronce, hueso, madera, etc.) en tres dimensiones, de acuerdo con la Real Academia Española.  

En nuestro país, el trabajo escultórico tiene un carácter milenario, como es el caso de las colosales Cabezas Olmecas, con una antigüedad aproximada de tres mil años. De fechas posteriores, tenemos ejemplos como: los Atlantes de Tula, el Chac Mool, la Coauticue (diosa madre y de la fertilidad), la escultura conocida como Tláloc, entre otras muchas más.  

La escultura nace como una necesidad de expresión natural para representar a los dioses, pero también, tienen funciones propagandísticas, ornamentales, funerarias, rituales, etc. Muchas de ellas tienen solamente una naturaleza estética y algunas otras, encierran significados terribles, resultado de la época en la que fueron concebidas.    

Un ejemplo de lo anterior es la obra de Stanislaw Szukalski (1893-1987), artista, escultor y pintor de origen polaco, seguidor de la derecha fascista y que a finales de la década de los 30s fue contactado por el gobierno alemán para realizar obras dedicadas a Adolf Hitler y Hermann Göring. Algunas de estas polémicas obras nunca llegaron a ver la luz, pero sus simpatías nazis lo perseguirían por el resto de su vida. Tristemente casi toda su obra fue destruida en la Segunda Guerra Mundial. Les recomiendo ver el documental dirigido por Irek Dobrowolski y producido por Leonardo DiCaprio, en la plataforma Netflix “Struggle: la Vida y el Arte de Szukalski”.  

Regresando a nuestro entorno cercano. Algunas de nuestras esculturas más famosas han sido polémicas en el tiempo de su creación, tal es el caso de la pieza conocida popularmente como “El Caballito”, obra realizada por el gran artista valenciano Manuel Tolsá, que representa al Rey Carlos IV de España. Esta escultura fue colocada en la Plaza Mayor de la Ciudad de México, en 1802. Consumada la Independencia se ocultó en el patio de la antigua Universidad Pontificia, ya que ésta fue considerada un símbolo opresor. De hecho, existen datos de que el primer presidente de la nación, Guadalupe Victoria, solicitó su fundición para acuñar monedas; en 1852 el Caballito es trasladado a la glorieta de Bucareli y en 1931 es Declarado Patrimonio de la Nación. Finalmente, en 1979 se traslada a su actual lugar de residencia, frente al Museo Nacional de Arte. 

Otro de estos ejemplos es la Piedra de Sol o Calendario Azteca (3.60 metros de diámetro, 122 cms de grosor y aproximadamente un peso de 24 toneladas), con la caída de la Ciudad de Tenochtitlan, en 1521, la pieza estuvo exhibida en su lugar original y en 1559 fue enterrada, porque al arzobispo Fray Alonso de Montúfar le parecía una obra del demonio. Afortunadamente en 1790 fue redescubierta y hoy en día es custodiada en el Museo Nacional de Antropología. 

Desafortunadamente, no todas las esculturas que embellecen nuestras ciudades reciben un trato tan afortunado. Tan solo en el año de 2019, de acuerdo al periódico La Jornada, de las 77 estatuas ubicadas en el Paseo de la Reforma, 14 fueron robadas, 68 no conservaban sus placas y prácticamente todas presentaban algún tipo de daño. 

Según cálculos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, la comercialización de una estatua de las características y dimensiones de las estatuas de Reforma, oscila entre los 8 mil y 9 mil pesos en el mercado negro de venta de bronce por kilo. Sin embargo, realizar una réplica fidedigna de cada una de estas esculturas tiene un precio aproximado de más de 450 mil pesos. Un dato alarmante, por donde se le quiera ver. 

Revalorizar, cuidar y dar mantenimiento a este tipo de patrimonio debería ser una tarea fundamental de los organismos creados para tal fin. En la medida que perdemos a estos mudos testigos del tiempo, olvidamos una parte de nuestra historia y de aquello que nos diferencia como mexicanos. Y esto no solo atañe a su protección y mantenimiento, sino también, a esa vieja costumbre de perseguir, ocultar y destruir esculturas, dependiendo el cristal con el que se quiera interpretar la historia, por las figuras que representan.  

¡Cuidemos nuestro patrimonio! 

Rodrigo Aridjis

Nace en Contepec, Michoacán, en el seno de una familia ligada a las artes. Desde muy pequeño su madre, maestra y paisajista reconocida en su medio, lo inicia en el gusto por la pintura. Su obra se enmarca en la tendencia del arte figurativo. Sin embargo, no puede delimitarse en escuela o corriente alguna, ya que sus pinturas se orientan por la realidad, pero no la plasman.

Colaborador desde el 13 de diciembre de 2021.

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