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Dinero negro apuntala políticas económicas públicas: Elmer Mendoza

OAXACA, OAX., noviembre 14.–Lo dice un novelista. Pero no cualquiera, sino uno cuyo vuelo acaba de aterrizar en esta capital proveniente de Culiacán, Sinaloa –la tierra del narco en el imaginario colectivo–, y que a partir de 1999 ha escrito narrativa de ficción sobre esa oscura relación entre aquél y los círculos político gubernamentales e institucionales mexicanos, exactamente desde que apareció su primera novela policiaca, “Un asesino solitario”, hasta ahora, días en que prepara la cuarta obra de su serie sobre el detective Édgar “El Zurdo” Mendieta.

Nacido precisamente en Culiacán en 1949, Elmer Mendoza, prestigiada pluma de novela policiaca, expone en entrevista que, según sus amigos economistas, “el dinero negro funciona para apuntalar políticas económicas”. Luego él mismo se pregunta asombrado: “¿Tanto así?”.

Y ofrece una suerte de hipótesis o leyenda –quién sabe, hay muchas y todo es confuso– de otro “amigo economista” que “pone los pelos de punta”: “el ‘error de diciembre’ que ocurrió durante la presidencia de Ernesto Zedillo” estaría relacionado con el hecho de que los narcos habrían “descapitalizado e impactado los bancos cuando retiraron 30 mil millones de dólares”.

Una situación “parecida a lo que pasó en Estados Unidos con la debacle inmobiliaria del año 2008”.

También resalta, este miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 2011, una respuesta que no recibió pero que habría que imaginar: “pregunté una vez a todos los partidos políticos si recibían dinero negro para sus campañas, y ninguno me dijo que sí, pero tampoco que no”.

De acuerdo con el autor de “El amante de Janis Joplin” todo empezó en los años cincuenta del siglo pasado, cuando los narcos se asociaron con la clase política y se vislumbró que ello podía “convertirse en un problema muy muy grave”.

Las bandas negociaron con el gobierno, nada más había los muertos necesarios y cierta entrega de gente como para que pudiera hablarse de una política de seguridad exitosa: se vivía una etapa romántica.

Pero en los años setenta comenzaron las diferencias. Porque se empezó a notar el dinero negro y porque los colombianos trajeron la coca y los dólares aparecieron a pasto.

Fue cuando surgieron, continúa Elmer Mendoza, “personajes espectaculares como Caro Quintero, novio de una chica guapísima de la burguesía de Guadalajara”.

Insólitamente, a partir de lo que expone el susodicho autor puede inferirse que, como sucedió en Estados Unidos después de 1933, cuando luego del fin de la “ley seca” los traficantes de alcohol se volvieron empresarios formales del ramo, el inicio de la salida del problema podría venir no de la esfera gubernamental sino del narco mismo.

“En los últimos años –señala Elmer Mendoza–, hubo una separación entre los narcos y las bandas de sicarios”, porque aquéllos dijeron: “nosotros somos negocio, lo que queremos es vender droga, no matar. Tal circunstancia es la que vivimos ahora”, enfatiza el escritor.

De visita en esta ciudad capital para presentar su más reciente novela, “El misterio de la orquídea calavera” (Tusquets, 2014), en el marco de la 34 Feria Internacional del Libro de Oaxaca (FILO) 2014, Elmer Mendoza se manifiesta como un hombre vital, polo opuesto a lo que escribe en sus novelas, que ni aquí ni en el Distrito Federal pierde su acento y su estilo norteños.

–Soy un autor que ha conseguido darle un toque mágico al lenguaje del norte, y cómo lo voy a perder si por eso me llevaron a la Academia Mexicana de la Lengua– responde a la pregunta de si no su entrada a ésta, institución rígida como sabemos que es, puede hacerle variar su estilo.

“No, no creo. No podrían ni ella ni mis editores ni mis traductores. Soy un escritor que no puede dejar de utilizar el lenguaje de la calle, porque, como mis novelas me nacen del corazón, en ellas va todo: el habla callejera, la lengua estándar, la culta, todo. Creo que estoy en la Academia por eso”.

-¿Cómo le está yendo a la novela policiaca en México?

–La novela policiaca está muy bien de salud, goza de mucho auge. Y diría que no se debe a las circunstancias delictuosas que estamos padeciendo los mexicanos, sino a que un numeroso grupo de novelistas decidió trabajar en ese territorio, amén que, afortunadamente, la mayoría tiene oficio.

–Luego se dice que los escritores de novela policiaca entraron a un marketing muy fructífero, que son ya de mercado– se le comenta.

–Eso es una falacia, ganas de molestar. Para empezar, México es un país donde hay pocos lectores, y sencillamente los que escribimos novelas policiacas estamos dentro de un grupo que vendemos lo que vendemos.

“Nada quisiéramos más que realmente fuéramos un asunto de marketing y que pudiéramos vender 25 mil ejemplares, el umbral más bajo de lo que se considera un best seller, que es de un millón para adelante”.

Ahora, “lo que sí está ocurriendo es que tenemos más lectores que antes. Eso lo vemos con mucho optimismo porque nosotros pensamos que si la gente lee novela policiaca, terminará leyendo a autores de otros géneros”.

No hay que olvidar, agrega, que “los libros contribuyen a la madurez de los seres humanos, que pueden ser instrumentos para convertir a uno en una persona con un criterio amplio y sólido que le permita evaluar de forma crítica la situación en que vive.

“Una persona capaz de leer 600 páginas y de asimilar un discurso estético, al final puede que respire y se quede con la ilusión, al menos, de ser diferente por haber leído una novela que lo emocionó mucho”.

 

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