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Los 100 años fructíferos de la UNAM

Sin temor a equivocarme creo que los mexicanos que luchamos por conquistar la democracia, las libertades políticas, la defensa de los derechos humanos y la paz con justicia social, celebramos con júbilo este 22 de septiembre del año en curso, fecha gloriosa en que se cumplen l00 años de haberse fundado la máxima casa de la ciencia, la filosofía, la cultura y las artes en nuestro país.

Esta es la Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM, fundada precisamente en las postrimería del Porfiriato por el insigne filosofo positivista y gran maestro Justo Sierra.

Bastante se ha escrito sobre este importante acontecimiento, antes y en la actualidad. Qué bueno que así sucede, pues bien merecido lo tiene, muy a pesar de los ataques como el que alguna vez intentó cerrarla e, incluso, desaparecerla.

Ahora estamos ciertos que esto no sucederá en ningún tiempo. Habrá que recordar y resaltar nombres de acendrado liberalismo como Don Valentín Gómez Farías y el Doctor Lira, quienes siempre pensaron en fundar una Universidad nacional desde cuando estuvieron al frente del entonces Ministerio de Instrucción Pública, allá por l833.

Hay que recordar también que en 1867, luego de que el Benemérito de las Américas, Don Benito Juárez García, restauró la República Mexicana, fue fundada la Escuela Nacional Preparatoria con base en principios loables, constitucionales e inocultables ideas de progreso que hoy sirven a la UNAM.

Pero no voy a abundar más sobre su historia, aunque es bueno recordar que la magna idea de fundar nuestra Universidad se consumó en 1917 por Don Venustiano Carranza, en tanto que la autonomía se otorgó en 1929.

Todo fue resultado de esforzadas luchas por parte de maestros y estudiantes por conquistar primero la autonomía para después consolidarla, ampliarla y defenderla con gran espíritu democrático.

Por eso es bueno afirmar que la autonomía universitaria es, esencialmente, libertad de enseñar, investigar y difundir la cultura. La autonomía académica no existiría de un modo completo si la Universidad no tuviera el derecho de organizarse, de funcionar y de aplicar sus recursos económicos como lo estime más conveniente; es decir, si no poseyera una autonomía legislativa, que es su capacidad para dictarse sus propios ordenamientos.

Igualmente, “ha de respetarse su autodeterminación; asimismo, los problemas deben resolverse por los propios universitarios. En ningún caso es admisible la intervención de agentes exteriores y, por otra parte, el cabal ejercicio de la autonomía requiere el respeto a los recintos universitarios”, dijo Javier Justo Sierra.

Por todo esto, muy emocionado me permito exponer mi pensamiento firme, mi corazón caliente y mi puño izquierdo en alto para exclamar con júbilo:

“¡Goya, Goya, Goya, cachún, cachún, ra, ra, ¡Universidad! ¡Gloria! Y también un: ¡Huelum…a la cachi, cachi porra, pin pon, porra, ¡Politécnico! ¡Gloria!”.

Orgullosamente me debo a las dos instituciones de educación superior en nuestro país. A ellas procuro defenderlas con acendrado respeto y con ahínco.

Porque en 1952 me inscribí en la Escuela Nacional Preparatoria, de San Ildefonso, y conocí el barrio universitario, pero por problemas económicos y de tiempo no continué en ella. Y me fui al Politécnico, pero más tarde me involucré en los movimientos estudiantiles habidos en las dos Instituciones.

Previamente participé, en 1949, en el movimiento estudiantil de la Heroica Universidad de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia, Michoacán.

Tiempo después, cuando estuve en la residencia médica en el Hospital 20 de Noviembre del ISSSTE, participé en el movimiento médico de 1964-1965, en cuya lucha no sólo estuvieron egresados universitarios y politécnicos, sino también trabajadores de otros hospitales del Distrito Federal y de la provincia mexicana, así como de universidades y hospitales públicos e, incluso, privados.

Entonces entendí más la universalidad de la profesión médica y la filosofía humanista y el por qué debemos de luchar siempre juntos.

Por eso me dolió mucho el bazucaso en la puerta de la Preparatoria de San Ildefonso por las fuerzas represivas de Gustavo Díaz Ordaz en 1968.

Mucho más tarde, de 1976 a 1978 participé en el Movimiento Democrático Universitario de la UABJO, tiempo en el que recibimos de la UNAM solidaridad académica, igual que de la UAM y de las universidades de Puebla, Veracruz, Nuevo León, Yucatán, Estado de México y Guerrero, lo mismo que de la Asociación de Universidades e Institutos de Educación Superior (ANUIES).

Por todo ello, expreso públicamente mi agradecimiento al actual rector de la UNAM, al doctor José Narro Robles, quien cuando se desempeñaba como subsecretario de Gobernación en 1994 y yo estaba en cautiverio en el Reclusorio Preventivo Norte del Distrito Federal, manifestó su interés por lograr que yo me exiliaría en París, Francia.

El objetivo no se logró, pero ahora con sinceridad me atrevo a decir que compartimos la misma lucha: la defensa de la Universidad pública.

Celebro su atingencia por dirigir el rumbo trazado y adecuado que necesita la UNAM, porque beneficiará a la comunidad universitaria y los destinos de nuestro México tan estropeado por intereses mezquinos y antinacionales.

(*) Médico pediatra, ex rector de la UABJO en la década de los 70.

 

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