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¿Crisis en el primer mundo?

* Las crisis mundiales, son la suma de las crisis individuales del ser humano.

No todas las crisis son iguales. Ni en los países, ni en las personas. Por ejemplo, la crisis inmobiliaria en Estados Unidos tiene su origen en la hiperactividad comercial de una nación, cuya actividad económica gira en torno a su elevado nivel de consumo, cuya base fundamental es el crédito. 

El consumidor pierde ante el especulador, y pierde mucho. Este efecto transforma el desarrollo de un país, orillándolo a tomar medidas antipopulares en beneficio de los dueños del capital.

Parece ser que el estadunidense moderno prefiere consumir en vez de producir. Y eso lo podemos ver en los escaparates de los grandes almacenes esparcidos por todo el mundo.

Cada día es más difícil encontrar productos made in USA. Los hogares estadunidenses están atiborrados de cosas útiles e inútiles hechos en cualquier rincón del mundo.

Incluso, su industria cinematográfica ha perdido espacios en el mercado mundial, con el arribo de la India al negocio del séptimo arte.

Qué lejos está dicha nación de aquellos años maravillosos del siglo pasado, cuyos productos y estilo de vida eran codiciados en todos los rincones del orbe.

Por supuesto, que aún conserva la supremacía en la producción de alimentos y equipo bélico, pero ello no ha sido suficiente para mantener el alto nivel de vida o, mejor dicho, el alto nivel de consumo de sus habitantes.

Esto se agrava cuando un gran número de empresarios estadunidenses prefieren mejor especular en las bolsas del mundo y tener cómodas ganancias, sin crear empresas que produzcan bienes y sus respectivas fuentes de empleo en su propio país.

Nunca antes había circulando tanto dinero en el mundo, la diferencia estriba en la forma en que lo hacen circular los “inversionistas”.

El gobierno de Barak Obama utilizó 700 mil millones de dólares para sacar a flote la economía de su país, dinero que fue a parar casi en su totalidad a las manos de especuladores, en perjuicio del desarrollo económico del pueblo estadunidense.

David es un norteamericano de origen anglosajón. Es afortunado, está casado y tiene dos niñas y tiene un buen empleo; percibe alrededor de 90 mil dólares anuales; sin embargo, sus deudas son enormes y no encuentra la forma de pagarlas, como consecuencia de la mala administración de sus ingresos, y debido a sus pésimos hábitos de consumo.

La única solución es vender su casa de campo o mejor dicho, rematarla en un mercado, cuyo industria inmobiliaria se encuentra en el peor escenario de las últimas décadas.

Con una deuda externa cercana a los 800 mil millones de dólares, principalmente contraída con China, el futuro inmediato no es nada halagüeño para los Estados Unidos.

Ante tal endeudamiento con un sólo país, técnicamente es una nación en bancarrota.

Algo similar les sucede a los europeos: han dejado en manos chinas, indias y brasileñas, principalmente, la producción de casi todo.

En una de mis visitas a Europa, platicando con un amigo nativo de esos lares, quise saber en qué lugar había comprado su hermosa camisa:

“En Berlín, pero que de seguro la habían fabricado en China”, me contestó muy seguro. Y en seguida me reafirmó: “Pero Fernando, hoy todo se hace en China”. En efecto la camisa tenía en la etiqueta el mensaje made in China.

Si uno va a París, Barcelona, Toronto, New York, México, y acude a los lugares emblemáticos y desea comprar algún recuerdo, como gorras, camisetas, llaveros, etcétera, veremos que casi todos son elaborados en China.

Al comprar productos de uso cotidiano hechos por europeos occidentales, se convierten en artículos de lujo para los consumidores del resto del mundo.

Igualmente, los servicios de toda índole. Tomarse un café o una cerveza en cualquier terraza al aire libre en Europa cuesta hasta diez veces lo que en cualquier país emergente.

En resumen, podemos pensar que una de las causas que está originando las crisis económicas en varios países europeos y en los mismos Estados Unidos, es la enorme desigualdad o la gran brecha económica que existe entre estos y los países del tercer mundo.

Tomemos en cuenta que existe un común denominador en el ser humano de este nuevo milenio, que se resume en: consumir, consumir y consumir.

Lo malo para los países desarrollados es que, sus productos son muy caros, en comparación con los que se producen en los países emergentes.

Curiosamente, la crisis en el primer mundo se solucionará en parte, en la medida en que la desigualdad económica entre éstos y los países menos desarrollados se reduzca, y tengan acceso a un intercambio comercial más equitativo.

ferdent_vips@yahoo.com.mx

 

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