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¿Guelaguetza o la reconstrucción del racismo autodestructivo en Oaxaca?

OAXACA, OAX., junio 11.- Primero, tres verdades de perogrullo (o casi) válidas para Oaxaca pero también para el país en general: 1) dentro de los términos de la ley, todos tenemos los mismos derechos y obligaciones dentro de una sociedad; 2), para referirse a los grupos humanos, la acepción “raza”, como apuntan infinidad de científicos de las ciencias naturales y sociales, entre ellos la antropóloga zapoteca Olga Montes, perteneciente al Instituto de Investigaciones Sociológicas de la UABJO, -cuyo estudio “La fiesta de la Guelaguetza: reconstrucción sociocultural del racismo en Oaxaca”, se utilizará hasta el abuso en este texto-, es acientífico: no existe; mientras que el racismo, sí; 3), prácticamente todos somos racistas, en mayor o menor grado, o por lo menos lo hemos sido en algún momento.

Tanto así, que cabe citar aquí perfectamente, para ejemplificar este último punto, la anécdota contada por el escritor Emiliano Pérez Cruz, aquel cronista del nacimiento de Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de México: su madre, relata, peleaba seguido con una vecina, y un día le gritó: “India”. El buen Emiliano le reclamó: “Mamá, pero si tú también eres india”. Y ésta respondió: “Sí, pero yo soy mazahua y ella otomí”. O viceversa, da igual.

Asunto que en Oaxaca -y se vuelve a Olga Montes- se extiende, sí, a las bodas de los grupos pudientes del Estado donde los “blancos” se ostentan como “la verdadera sociedad oaxaqueña”, excluyendo a los demás grupos sociales e ignorando totalmente a los “indígenas” o “indios”. Pero también abarca a algún investigador nacional de prestigio que, durante su visita a Oaxaca, responde así cuando le preguntan sobre su campo de trabajo: “Zedillo se dedica a matar indios, yo los persigo para estudiarlos”. Y más aún, continúa la mencionada estudiosa, llega a situaciones como la de los “antropólogos progresistas” que en una reunión se muestran abiertos y conversadores entre ellos, pero separados por una barrera infranqueable en relación con los investigadores “indios” ahí presentes también, tímidos y reservados. Discriminación “light” o “cool”, se diría ahora.

Una escena que, dicho sea de paso, es perceptible en cualesquiera inauguración de algún acto artístico en los espacios culturales renombrados del Centro Histórico oaxaqueño.

Dicho lo anterior, el punto aquí es el fallido promocional del gobierno del Estado sobre la Guelaguetza 2014 que, por las reacciones en redes sociales, se volvió noticia nacional en medios como “Sin Embargo” y la revista “emeequis”.

Para Olga Montes, y lo ha dicho en entrevista a este reportero y escrito en diversos documentos, la Guelaguetza nació en 1932, en el marco de la celebración del 400 aniversario de la fundación de la ciudad de Oaxaca, como un “homenaje racial”. Con el tiempo, a la vez, se convirtió en espacio de confluencia de los “grupos étnicos” de las ocho regiones del Estado -lo cual, para algunos, prácticamente ha desaparecido hoy-, sin que por ello perdiera la naturaleza de su origen y sus paradojas.

¿Por qué? Porque el racismo, en América Latina esencialmente de origen colonial, sirve para reproducir el orden socioeconómico predominante, que en nuestro caso significa la superioridad “natural” en lo humano, lo religioso, lo cultural, lo social, lo económico y lo político, del “blanco” sobre los mestizos, afroamericanos e “indígenas” o “indios”.

De una manera tal que ha provocado, como planteó desde hace décadas Frantz Fanon en su clásico “Piel negra, máscaras blancas”, la interiorización de los valores del dominador por parte de los dominados.

Una tesis que subyace [para no incomodar a quienes apelan siempre a los estudios de frontera] en el planteamiento del sociólogo Gilberto Giménez Montiel -adscrito al Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM- en el sentido de que si bien el multiculturalismo exalta los derechos de las minorías, también funciona como una ideología que encubre las desigualdades sociales bajo la etiqueta de diferencias culturales.

Teorías que en la práctica de la Guelaguetza oficial se materializan en escenas como la siguiente: la comparación, consciente o inconsciente, del fenotipo de la belleza física entre la “indígena” mixe bajita, morena, de rasgos no correspondientes al modelo anglosajón, frente a la representante de Tuxtepec: alta, blanca y de líneas finas en su cara, es decir, los caracteres occidentales ideales.

Una perteneciente a una región socioeconómica pobre y la otra a una pudiente.

Parafraseando a Olga Montes -quien a su vez recurre al etnólogo George Balandier-, en Oaxaca vivimos en una “sociedad racializada en situación colonial”. Lo cual permite la explotación económica basada en una forma de posesión política.

Según han documentado diversos investigadores -Víctor Raúl Martínez Vásquez, Olga Montes, Moisés J. Bailón Corres-, los actuales grupos dominantes oaxaqueños son los que se originaron con los españoles de origen colonial y con la oleada de estadounidenses, ingleses, franceses, alemanes, libaneses y demás que llegaron en el siglo XIX y que se mezclaron con aquéllos.

En la actualidad, esta dinámica se reproduce a través de las redes horizontales y verticales cuyos actores -de acuerdo con los autores del libro “Configuraciones y redes de poder/ Un análisis de las relaciones sociales en América Latina”, coordinado por Michel Bertrand-, mantienen vínculos dentro de contextos determinados y presentan diversidad de lazos familiares, de alianzas matrimoniales, de amistad, de compadrazgos, profesionales, de dependencia, de intereses creados, clientelares y de la solidaridad que nace de ideales políticos o propósitos económicos comunes, a la vez que combinan esta diversidad con otras variables, tales como la intensidad de los vínculos y los fines perseguidos por todo actor capaz de movilizar una red en torno a sí.

(En las redes sociales, ciertos jóvenes oaxaqueños [siempre los jóvenes, caramba, qué bueno] han manifestado el discernimiento de lo anterior de una manera un tanto directa y franca, aunque insolente, en lo relacionado con el ambiente cultural o de la “alta cultura” -diría el ya citado Giménez Montiel-: aluden a los filántropos, altruistas y redentores del corredor turístico del Centro Histórico como cabezas de esas redes de poder y a sus subalternos como sus maquiladores. En el entendido de que aquí ya entraría la discusión sobre el cacique cultural, pero no es el momento ni hay el espacio par introducir el concepto)

Al final, como apunta Olga Montes, “la mentalidad racista impuesta durante la Colonia a la provincia de Antequera que ahora es el estado de Oaxaca [y] continuada durante el siglo XIX se mantiene presente hasta nuestros días. En Oaxaca existe toda una forma de pensar, de valorar y de actuar que marca los límites entre los grupos sociales. La gran mayoría no traspasa esos límites. […] la población india es la mayoritaria. Los blancos, por el contrario, son una minoría, sin embargo constituyen el grupo social dominante, el que impone su ideología”.

Hoy todos sabemos que la Guelaguetza organizada por el gobierno del Estado es un espectáculo mercancía dirigido al turismo e inaccesible para el oaxaqueño promedio por los altos precios de entrada. Pero, sobre todo, que su trasfondo es el de reproducir el orden social dominante.

Todos sabemos que las cantaletas “Oaxaca es un Estado con una gran riqueza cultural y natural” y su capital una “ciudad artística”, al igual que plantear al turismo como la panacea, constituyen visiones edénicas que esconden o solapan problemas históricos de fondo: culturales, sociales, políticos y económicos.

Problemas de fondo que impiden que Oaxaca, por su potencial histórico, humano, natural y cultural -el de siglos e incluso milenios de existencia, no el de unas décadas para acá que tanto pregona el progresismo puritano y fanático-, pudiese ocupar no los tres últimos lugares en el índice de desarrollo humano del país, sino los tres primeros.

Pero la mentalidad de situación colonial que tenemos todos -y en la que el racismo es un factor crucial- nos conduce a una especie de afán autodestructivo.

Sin olvidar las verdades de perogrullo (o casi) planteadas al principio: principalmente el que todos, extranjeros, nacionales y nativos -tan oaxaqueño el mixteco como el de origen español u otro- tenemos, dentro de los términos de la ley, los mismos derechos y obligaciones en una sociedad, así como estar, pensar, trabajar y vivir en Oaxaca libremente.

 

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