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Si colocas un cuadro en un muro hay que saber por qué lo pones: Vélez

OAXACA, OAX., septiembre 11.- Una visión del artista plástico Hugo Vélez sobre Oaxaca es la del “color, la fiesta, las costumbres, el afán de exaltar la belleza, el que el arte sea una forma de vivir y la estética cosa de todos los días”; otra, una “diversidad tal que quizá nunca podrán unificarse los intereses y, tampoco, cerrarse heridas muy antiguas porque simple y sencillamente no se olvidarán jamás”.

Esas son sus “Visiones de Oaxaca”, precisamente como se intitula la serie de exposiciones seriadas que se realizan con diez artistas en el Congreso local, dentro de la cual a Hugo Vélez le corresponde exhibir desde hoy, 11 de septiembre, y hasta el 22 del mismo mes, treinta cuadros alusivos a lo que él denomina su “oaxaqueñidad adoptada” durante ya un cuarto de siglo.

El artista, quien nació en la Ciudad de México pero reside en la capital oaxaqueña desde hace 25 años, nos recibe en su estudio-casa del norte de la ciudad. Y decimos estudio-casa y no al revés porque aquí sí hasta en la cocina dominan los cuadros, su ser artista que se refleja en su total dimensión en el homenaje que le rindió a su maestro Luis Velasco al nombrar así a su sitio más íntimo, el pequeño pero cómodo espacio donde pinta.

En la mesa del patio de su estudio-casa, cerveza de “huevito” y mezcal en copa de veladora de tres onzas mediante, es la plática.

Este año, relata, iba a dejar un rato a la pintura y a regresar a la gráfica, luego de 12 años de estar alejado de ésta: ello porque “pienso que la creación requiere de grados de dificultad” y que “cuando dominas cierta forma de expresión” hay que buscar otros caminos.

Pero el Congreso local convocó a la muestra “Visiones de Oaxaca”, la Secretaría de las Culturas y Artes (Seculta) atendió el llamado y “me hizo la invitación, junto con nueve artistas más que tienen ya un buen recorrido”.

En ese momento, Hugo Vélez se sitúo en dos  disyuntivas: una, no sólo producir treinta cuadros sino autofinanciarlos; dos, plantearse cómo iba a pintar con una técnica –entendida como procedimiento de trabajo y uso de materiales– que ha desarrollado durante diez años y que incluye el uso del “oleocausto”, pero alterado.

” Al final, concluí que mi trabajo nunca ha poseído un imaginería estrictamente oaxaqueña, no obstante que durante alrededor de 25 años he vivido rodeado de ella y de sus formas pictóricas”.

Su solución fue un “regreso al expresionismo y a la abstracción  como una especie de informalismo, y utilizar iconos y situaciones relacionadas con Oaxaca muy conocidas”.

Eso sin dejar su “interés plástico muy ligado a la música oaxaqueña, a las calendas, a los instrumentos, a los músicos que también son actores”, al mismo tiempo de aplicar “un hilo conductor, el de la cultura del mezcal y al agave como presencia”.

A la vez, buscó “una especie de manierismo antiguo; un reto al observador para ver hasta dónde puede hacer una relación de elementos de algunas piezas que evocan a ciertos grandes maestros oaxaqueños”.

–Es decir, pones a prueba al observador para ver qué tan conocedor es.

–Por ahí va la cosa. Pero en el fondo, quizá intenté abordar mi “oaxaqueñidad adoptada” como un vehículo para abrir otras puertas que no he tocado.

“Cuando colocas un cuadro en un muro tienes que saber por qué lo haces, ya que si no pertenece a los clientes con el que el galero cuenta pues entonces ni lo pongas: es como vender chiles en una dulcería”.

–¿Cuál es tu visión de Oaxaca en el sentido estético y cuál en el social?

–Nuestra generación ha sido privilegiada por estar en Oaxaca en los últimos 25 años, tiempo durante el cual la entidad federativa ha sufrido cambios sociales y transformaciones de inercia. Podría referirme a dos “Oaxacas”: la anterior a la autopista hacia el Distrito Federal y la posterior a ella que casi casi trajo a a éste al Estado.

En lo referente a la pintura, ocurrió que llegaron aquí artistas a exponer y otros que no solo hicieron eso sino que se quedaron a vivir. También pudieron conseguirse “materiales de trabajo que eran difíciles de obtener”.

Visualmente, continúa Hugo Vélez, “Oaxaca comenzó a tener influencias que antes no poseía, empezó a ver y a hablar de situaciones plásticas y pictóricas que los artistas locales se imaginaban pero que veían muy lejos”.

También éstos tuvieron cabida en galerías de la Ciudad de México y de Monterrey, por ejemplo: “Oaxaca dejó de vivir aislada”.

Por otro lado, mi visión de Oaxaca es de “color, fiesta, costumbres, afán de exaltar la belleza, una idiosincrasia que todo el tiempo está fijándose en eso y por la cual el arte aquí es una forma de vivir y la estética una cosa de todos los días”.

Por eso, afirma el artista plástico, “es tan fácil el arte en el oaxaqueño”.

–Y desde el punto de vista social, ¿cuál es tu visión como artista?

–No quisiera verla con decepción, pero tengo que hacerlo. Veinte años atrás, pensé que las nuevas generaciones oaxaqueñas iban a tener logros más certeros por el alto grado de politización. Pero siempre se ha repetido la historia, la diversidad impide un acuerdo común, es tal que al parecer nunca van a poder unificarse los intereses y, tampoco, a cerrarse ciertas heridas muy antiguas simple y sencillamente porque jamás podrán olvidarse”.

Y si a ello le “sumamos formas de gobierno tan poco honestas, tan ladronas, tan engañadoras, tan pusilánimes, pues tampoco puede pensarse en un futuro positivo. Conozco a muchos talentos que se han ido por esta situación y también he visto cómo ha llegado otro tipo de personas con sus intereses a crear la inestabilidad e inseguridad en la que vivimos”.

Porque, además, el problema no “son los setenta mil maestros o todos los normalistas, sino acaso cincuenta cabrones que si se les apañara en una sola acción”…

 

 

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