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Varazos para quienes no aprendían aritmética, mamás lo autorizaban: Reyes

OAXACA, OAX., abril 9.- Allá por los años 1940 a 1958, en la cuarta calle de la avenida Morelos de la ciudad de Oaxaca, en un domicilio particular estuvo la escuela primaria Andrés Portillo, de donde egresaron diversas generaciones de alumnos, convertidos muchos en profesionistas y otros tantos fallecidos.

Esa casa al parecer era propiedad de la familia Quintanar y eran los tiempos aquellos en que se usaban para que se sentaran los alumnos, los desaparecidos mesa bancos, que eran de una sola pieza y en la parte donde se hacían trabajos de escritura, tenían una pequeña hendidura circular que servía de base para depositar el tradicional tintero.

Eran tiempos aquellos en que la caligrafía era elemental para lograr una buena escritura. había cuadernos especiales para la práctica y desarrollo de ejercicios particularmente del puño derecho o izquierdo—zurdo—de acuerdo al manejo de manos de cada niño.

Preferentemente se usaban los canuteros con plumas especiales, entre ellas la farolito, para la ejecución de esos ejercicios y en el último de los casos bastaba un lápiz, al cual con un hilo cualquiera se aseguraba la pluma.

Los maestros—hombre o mujer—estaban pendientes de cada uno de los niños del movimiento del puño para realizar los ejercicios de caligrafía que se practicaban por las tardes, cuando se iba a la escuela por la mañana y por la tarde.

En plática con el Doctor Enrique Reyes González, alumno egresado de la Andrés Portillo, surgió el recuerdo de aquellos maestros dedicados en cuerpo y alma a enseñar a sus alumnos, entre ellos Florencio Ramírez, Emma Quiroz, Margarita Puga, Don Gabino García Pujol, que era maestro de música y dominaba a la perfección el violín y Francisco Ruiz García, maestro de industrias y elaboración de los trabajos manuales, ya fallecidos.

Mención especial merece la maestra Natalia Morales Chávez, encargada del sexto grado, quien tanto imponía su autoridad como era amable y cariñosa con cada uno de los que fuimos sus alumnos, a quienes decía “mis muchachos”, iban a la escuela puros varones.

No le importaba el tiempo, manejaba una vara con la que golpeaba en las piernas a quien no aprendiera a resolver problemas de raíz cuadrada, de tres simple u operaciones de los tradicionalmente llamados quebrados o fracciones comunes.

Las sesiones de trabajo eran por la mañana de 9 a 13 y por la tarde de 15 a 17 o 18 horas, a la maestra Natalia no le importaba el tiempo, en varias ocasiones se quedaba en el salón de clases después de la hora de salida por las mañanas, para atender a los flojos en la materia de Aritmética.

En varias ocasiones llegaban las mamás preocupadas porque el hijo no había llegado a casa después de las clases de la mañana, pero ahí estaban, se decía castigado, porque no aprendían a resolver problemas de aritmética.

La maestra decía a las mamás que tenían que aprender y sobre el uso de la vara, le daban facultades y consentimiento para que les diera de varazos y vaya que valió su entrega y responsabilidad, muchos de sus alumnos salieron bien preparados, de ahí el recuerdo de aquella gran maestra a quien de cariño le llamaban Natalita.

Del maestro de música, Don Gabinito, llegaba de traje con sus característicos anteojos de gran aumento, sus clases eran por las tardes y acompañado de su violín, gustaba de enseñar música oaxaqueña, se sentaba frente al grupo y hay de aquel que no ponía atención o estaba dedicado a otra cosa.

Don Gabinito con el arco de su violín, lo golpeaba en la cabeza, eran otros tiempos, pero coinciden en decir que fueron mejores y los muchachos salían bien preparados.

Esa escuela primaria Andrés Portillo, el 7 de Noviembre del año 1958, siendo Gobernador Alfonso Pérez Gasga y Presidente de la República, Adolfo Ruiz Cortines, tuvo su edificio propio de 2 pisos, lo construyeron las autoridades en el cruce de las calles en aquel entonces de Unión y Progreso y segunda de Matamoros.

Fue la autoridad municipal del trienio 1993-1995, la que acordó y determinó cambiar el nombre de Unión a la calle que sube de Morelos, donde está el templo de San José, poniéndole el nombre del ameritado maestro Martimiano Aranda.

Otra cosa, las calles no estaban pavimentadas, eran de terracería, tampoco había sistema de drenaje y era una diversión cuando llovía, hacer barquitos de papel y colocarlos para ser arrastrados y llevados por aguas de la lluvia que bajaban en una especie de caño en medio de la calle de Morelos y continuaban sobre la primera de Crespo.

La vieja casa ubicada entre las calles de Crespo y Tinco y Palacios, hoy está en venta y siempre la recordaremos como lo que fue, el centro, de hecho la segunda casa de centenares de chamacos que ahí cursaron la primaria y con muy buenos y excelentes maestros, identificados como federalizados, es decir, les pagaba cuando y como quería el gobierno en turno.

 

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