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¿Podría resurgir la APPO?

El momento presente oaxaqueño esta ligado a una historia de conflictos, propia de una sociedad con profundas desigualdades sociales y económicas; de protestas que han tenido una vida cíclica a lo largo de una historia colonial. Aunque al parecer, en la historia reciente, conflictos y protestas llegaron para quedarse y convertirse en la nueva normalidad oaxaqueña.

Oaxaca no se puede explicar sin su complejo y polifónico movimiento social, el cual a su vez tampoco puede leerse bajo el simplismo de una historia de buenos contra malos, de héroes contra villanos, de blanco o negro. Más bien, se trata de una historia que muestra una variedad de grises, de inequidades en la distribución del poder, de imposiciones y contradicciones, de alianzas y desencuentros, de continuidad de injusticias que alimentan los nuevos reclamos.

En la capital y en las regiones hay movilizaciones todos los días; la Sección 22 del SNTE toma edificios públicos y centros comerciales; los estudiantes normalistas toman a su vez los oficinas de esa sección sindical; agrupaciones de todas las afiliaciones políticas están en las calles y se enfrentan entre sí. En el campo muchos conflictos agrarios siguen sin resolverse y en varios municipios, los conflictos políticos y poselectorales adquieren expresiones de violencia producto de una mezcla de intereses.

Da la impresión de que el año 2006 se hubiera alargado, como si fuera un año en donde caben ocho años, en donde las aguas siguen agitadas y aún no alcanzan su nivel. ¿La APPO se evaporó? ¿acaso ya no existe? ¿podría revivir? Podría decirse que como era en el 2006 no podría seguir existiendo. Un movimiento tiene un auge pero también se descompone. La APPO como tal ya no existe, más bien, queda el espíritu repartido en los recuerdos y acciones de cada quien. Además, un movimiento no nace por administración aunque existan iniciativas por revivirlo. En todo caso, lo que venga será otra cosa diferente. El momento es otro.

Los recuerdos se mueven en todos los resquicios del escenario estatal; se les puede ver como asunto tabú para quienes defienden un orden político sumamente frágil, un orden que se cae por sí mismo corroído por su propia corrupción. También se les puede ver como fuente de inspiración para grupos con intereses distintos que observan y actúan desde el ángulo que a cada quien les conviene, desde la estructura gubernamental y partidista o fuera de ella.

El movimiento como memoria colectiva, se asoma constantemente, realizando diversos reclamos y hablando desde diferentes voces; va confrontando a quienes hablaron a su nombre, a quienes usaron sus causas; sube de voz ante las promesas incumplidas, ante la impunidad que lastima recuerdos pero que sigue multiplicándose todos los días, particularmente en quienes menos recursos tienen para defenderse.

Del espíritu, quedan las múltiples experiencias de lo que vivió cada quien. Hay de todo, desde sinergias positivas en donde se articularon organizaciones alternativas que abrieron nuevos horizontes hasta mescolanzas de intereses que llevaron a ajustes de cuentas y recomposiciones del poder en algunas corporaciones y en relaciones de tipo clientelar.

En algunos casos, el espíritu inspira en positivo a nuevos anhelos de cambio, pero también arrastra comportamientos colectivos de violencias, de represión y prácticas de contrainsurgencia; seguramente se seguirá arrastrando en el transcurso de los próximos años. Algunas heridas cicatrizaron, otras quedaron abiertas y se expresan en el resentimiento hacia la impunidad. La memoria colectiva es compleja y se resiste a la cancelación por olvido.

Oaxaca vive una coyuntura densa, en donde la alternancia fluyó como agua en la coladera del autoritarismo; en donde las expectativas de cambio democrático se cristalizaron en el salitre del descontento, la frustración y la desconfianza hacia arriba, hacia la clase gobernante y los partidos políticos, que llevan al escepticismo creciente de que “todos son iguales”; la incredulidad hacia los dirigentes de las organizaciones sindicales, pero también la desconfianza hacia los lados, hacia los vecinos, hacia los compañeros con quienes se dificulta la organización.

La APPO no tuvo dueños, tampoco un registro de membresía. Todos los lideres fueron rebasados, la coyuntura misma se sigue desbordando y al parecer el tiempo del movimiento no termina; sus aguas fluyen como ríos y arroyos; algunos de caudal denso en las luchas emergentes por la defensa de los territorios y de los recursos naturales, en contra de los intereses depredadores de empresas transnacionales; en defensa de la vida de muchos pueblos; otros veneros discurren en el activismo discreto y pacifista de mucha gente desde diferentes trincheras, que con su trabajo cotidiano piensan en el cambio democrático y en que otro mundo es posible.

En términos institucionales se han generado algunos cambios, se han abierto consejos participativos, se requieren algunos consensos como parte de las nuevas normas, pero es más lo que falta por hacer. Una vez más, hace falta voltear hacia el conflicto del 2006 y la intrincada historia oaxaqueña para aprender, para que los agravios no se repitan, para emprender buenos gobiernos, para generar procesos de consulta y participación popular. Para arrancar de raíz las razones de la protesta, no se trata de criminalizarla, sino más bien arrancar las fuentes que la nutren para poder transitar a un régimen de paz con justicia social.

sociologouam@yahoo.com.mx

 

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