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El Fuerte, Bahuichivo y Cerocahui

La Suave Patria


* El primero, uno de los Pueblos Mágicos que tiene Sinaloa.

 * Está ubicado sobre la vía del Ferrocarril Chihuahua Pacífico.

 * El viaje dura menos de una hora desde Los Mochis.

 * En 1610, los españoles construyeron un fuerte en ese lugar.

* Sirvió para protegerse de los ataques de los indios.

 * Desde entonces, los aborígenes han defendido sus territorios.


El Fuerte

Fue un importante centro minero, como todavía se aprecia en sus antiguas mansiones y en una rica historia que se expresa en las casonas que fueron convertidas en hoteles, sobresaliendo la casa del general Pablo Macías, la Casa de la Cultura, la Catedral y la Plaza Central.

No hay nada mejor que madrugar para ir a presenciar el amanecer navegando por el río El Fuerte, aprender de la vida silvestre de los alrededores, disfrutando del trinar de las aves, la flora y la fauna del norte de Sinaloa, experiencia que resulta fascinante.

A los aventureros se les sugiere caminar hasta el cerro de la Máscara, donde las vistas panorámicas del pueblo y sus alrededores son gratificantes; además de que a lo largo del camino se encontrarán numerosos petrograbados, elaborados por los pueblos originarios miles de años atrás, entre los que estacan en las rocas las figuras de venados, ranas, zorros y otros animales.

La Danza del Venado –inmortalizada por el Ballet Folklórico de México de Amalia Hernández- es una expresión artística milenaria que proviene de los indios yaquis y mayos, habitantes originarios de esa zona, limítrofe entre los estados de Sonora y Sinaloa.

El danzante usa un tocado de cabeza de venado con cornamenta, dramatizando en su baile una cacería, define Alejandro Salgado, chihuahuense radicado en el sur de Sonora, quien sugiere disfrutar de ese auténtico espectáculo lleno de simbolismos: “Esta es una de las danzas más hermosas de los pueblos del México antiguo”, explica el antropólogo.

Sobre la cultura y las tradiciones, no habrá nada mejor que hacer una caminata por este pueblo pleno de atractivos históricos y visitar el Palacio Municipal, la Plaza Central, la Casa de Cultura y el museo de El Fuerte, y por supuesto comprar algo a los maestros artesanos, que ofrecen alfarería, cestos tejidos de palma y figuras de madera.

Asimismo, el profesor Salgado cuenta de la escenificación de la leyenda de “El Zorro”, don Diego de la Vega –interpretado por el actor español Antonio Banderas, acompañado por la bellísima galesa Catherine Zeta-Jones y el niño mexicano Adrián Alonso-, quien vivió de pequeño en la parte antigua de lo que hoy es la Posada del Hidalgo.

En su memoria, cada noche se hace una representación en la terraza del hotel, en donde a través de una narración y música tradicional española, se recuerda la historia de este famoso personaje que vino a impartir justicia entre los mineros y campesinos sinaloenses a comienzos del siglo XIX.

Bahuichivo y Cerocahui

Destino favorito de los que buscan tranquilidad y bellezas naturales, Cerocahui, ubicado a pocos kilómetros de la estación de Bahuichivo, fue fundado en 1680 en un valle por el misionero jesuita Juan María de Salvatierra, desarrollándose en un clima privilegiado, templado casi todo el año, y húmedo para hacer crecer una alfombra verde en sus alrededores.

Los viajeros más experimentados han expresado que el mirador de Bahuichivo no tiene paralelo, a casi dos mil metros de altura con vista al pueblo de Urique, al río, y al fondo otro pequeño poblado, Huapalaina.

Urique es sede del famoso maratón del Caballo Blanco que se celebra cada año a principios de febrero, y quienes son corredores de alta resistencia son invitados a que se midan con los magníficos corredores rarámuris que conocen palmo a palmo su territorio.

Se recomienda hacer una escala en el manantial de La Virgencita, uno de los puntos con las mejores vistas panorámicas, y continuar hasta el mirador, en donde se construyó una extensión suspendida en el vacío y un puente colgante que lleva a la cascada ubicada al final del cañón.

El hotel La Misión conserva un centenario viñedo en la zona: su vid fue introducida por los Jesuitas a principios del siglo XVIII y hay que preguntar por el vino de la casa, porque es fama pública que ahí se han logrado cosechas de buena calidad.

La parroquia fue fundada por el padre Juan María de Salvatierra, y sigue siendo el edificio histórico más importante del pueblo, que los pobladores la presumen como la más hermosa y mejor conservada de las misiones de la Sierra Tarahumara, con una construcción de cantera rosa.

Una orden religiosa atiende este internado para niñas nativas al lado del hotel La Misión, un sitio que busca mejorar el ambiente de aprendizaje de las jovencitas, a quienes se proporciona educación, alimento y vivienda, como forma de dar buen destino a sus existencias..

Luis Alberto Adrián García Aguirre: Premio Nacional de Periodismo en 2011, 2015 y 2019.

“Para los ingenieros mexicanos no hay imposibles”

La Suave Patria

  • Robert Stilwell proyectó un tren de carga de Kansas a Topolobampo.
  • De 1910 a 1914 se abrió la ruta ferroviaria Temósachic - Casas Grandes.
  •  Los dichos y anécdotas de Luis Terrazas, que se sentía dueño de Chihuahua.
  • Fue hasta 1955 cuando dejaron de operar dos empresas estadounidenses.
  • La obra faraónica sexenal de Adolfo López Mateos (1958-1964).
  • Se hicieron 86 túneles y 175 para dar paso al Chihuahua Pacífico.

La Tarahumara es presente en tiempo pasado

LA SUAVE PATRIA

Luis Alberto García * / San Ignacio Arareco, Chih.

*Cuando Fernando Benítez recorrió bosques y barrancas.

*Aun no existía el Ferrocarril Chihuahua Pacífico, el Chepe.

*Los pueblos de Creel. Madera, Bocoyna, La Junta y San Juanito.

*Siglos en la soledad: ríos y valles en territorios indómitos.

*Los indios rarámuris viven en las cuevas, lejos del mundo.

*“Estamos ante la historia de siempre”, se lamentaba el maestro.

“Mientras el muro al que a principios del siglo XX se refería Francisco Bulnes siga de pie, dividiéndonos en dos facciones opuestas y hasta enemigas, no podremos hablar de un todo coherente y unido, y si bien asistimos al desplome silencioso de sus culturas, los indios tienen cosas valiosas que enseñarnos”, decía el maestro Fernando Benítez en 1970, como si se estuviese hablando del presente.

En este viaje en 2020, llevados a la Tarahumara por el Ferrocarril Chihuahua Pacífico, vimos, como lo hizo Benítez en 1957, una cascada que semejaba un hilo de plata, y caminos como serpientes que se alargaban sin final visible; pero esos son detalles fundidos en los que queda una grandeza enorme, porque en esta orografía, ríos y hondonadas están siempre ligados.

Igual que ahora contemplamos los ríos, Fernando Benítez también los miró y estuvo en el norte de la Sierra Tarahumara, cuando aún no se construía el Chepe, el Ferrocarril Chihuahua Pacífico que apareció en 1961 para romper los silencios, acercándose ese año a las poblaciones de Madera, Bocoyna, Creel, La Junta y San Juanito.

Todos éstos son caseríos casi iguales, vistos como hermanos por su parecido, en la mitad de un ambiente cuya dureza ha enseñado a los indios rarámuris a sufrir las mayores adversidades en los bosques fríos tupidos de pinares, transitados por comerciantes, aventureros, cazadores y seres humanos originarios de ahí mismo.

Benítez los definía como “restos del paleolítico”, como extraños que, por escapar de la codicia de españoles primero y de los mestizos después, escaparon a los montes y ahí permanecieron por siglos, en la soledad, apenas cultivando parcelas a orillas de los ríos y en valles angostos que han tenido que abandonar y emprender la fuga.

“¿Adónde se fueron?”, cuestionaba el maestro aquella tarde levantándose mortificado de su sillón: “¡A las cuevas, a las laderas de los montes, a los cañones solitarios!, lejos del mundo y es que las cercas que señalan los linderos de los terrenos avanzan y son movidas durante las noches para despojarlos -estamos ante la historia de siempre-, obligando a los indios a ponerse en marcha hacia sitios estériles, infértiles y deshabitados”.

Y cómo no rememorar cuando Benítez nos señaló que, entre esos peñascos cubiertos de musgo que se desprenden de las montañas el tiempo no existe, y por eso hay que dejar sentir el paso de las horas en la laguna de Arareco, insertos en la intemporalidad, en otra dimensión.

Tuvimos una sensación de extrañeza que se apodera de uno al contemplar a aquellos hombres y mujeres venidos de sus cabañas miserables perdidas en los bosques, envueltos en sarapes y un trapo blanco en la cabeza, alimentados con pinole y tortillas, dueños de parcelas diminutas sembradas de maíz.

A la orilla del lago, aprisionado gratamente por el recuerdo del viejo Fernando, hubo que voltear hacia el cielo azul pálido y luego al horizonte para ver brillar la llanura con los sembradíos de maíz en espera de la cosecha cuyos frutos, ocasionalmente, sirven para nutrir el cuerpo y el alma.

Y como si fuesen dichas ayer, están las palabras de nuestro guía sabio: “Tengamos en cuenta que la fuerza en reposo de los tarahumaras, de los rarámuris de la sierra, también es espiritual, contenida en esos seres reducidos a la mendicidad por maniobras incomprensibles de los blancos, los chabochis que los roban, ignorantes de que serían millonarios, dueños de sus bosques; pero muriéndose de hambre”.

¿Qué hacer?, planteamos al hombre que dejó una vastísima obra escrita sobre el indigenismo, la historia nacional, la biografía del general Lázaro Cárdenas y la Revolución mexicana y cientos de textos periodísticos que guardamos reverentemente.

“El problema de los indios no es irreversible –respondió-, ni está fuera de las posibilidades económicas y políticas de los gobiernos, y en el caso de los tarahumaras bastaría con darles los títulos de propiedad de sus tierras y hacer que ellos mismos las explotaran; pero algo tan sencillo tropieza con los latrocinios y factores aparentemente insuperables”

Y a juzgar por las peticiones dramáticas que vienen haciendo desde que se celebró en Creel un encuentro para dar solución a tal situación, en junio de 1958, poco o nada se ha avanzado en un lapso de tiempo que parece increíblemente eterno.

La acusación no tiene pierde: “Históricamente, los indios han sido despojados de todo, y si hay bosques, propiedad legítima de los tarahumaras, no son de ellos sino de los talamontes millonarios quienes los usufructúan, mientras los indios piden limosna en las aceras de las ciudades, en Delicias, Camargo o en la misma capital de Chihuahua”.

“El problema de los bosques tampoco ha sido resuelto satisfactoriamente, y en los días de nuestra entrevista en 1970, el profesor Benítez se enteró de que, en Cusárare, se le habían cancelado los permisos de explotación a los indios, lo que significaba volver a la antigua miseria”, resumió.

Uno de los méritos de “Viaje a la Tarahumara” consistió en recoger voces, ir a los extremos, porque son ellos quienes hablan y los que dan a sus páginas su visión del mundo, no del nuestro: “No se trató de un libro imparcial ni objetivo, porque frente a los asesinos, los ladrones y los poderosos que se ensañan y desprecian a los desvalidos, imparcialidad y objetividad suena a burla e hipocresía”.

Como una última reflexión sobre aquel diálogo, concluimos que lo dicho con tanta sapiencia supone un trabajo de años, una contribución importante al estudio de los problemas de los otros mexicanos, nuestros indios, cuyas duras existencias debían servir para una toma genuina de conciencia.

*Premio Nacional de Periodismo / 2011, 2015, 2019 / Categoría Crónica.

“Ay Chihuahua, cuanto apache…”

LA SUAVE PATRIA

Luis Alberto García * / Ciudad Cuauhtémoc, Chih.

* El grito de Francisco Villa al ver en Anáhuac a los indios.

* Los parajes históricos y turísticos de la Sierra Tarahumara.

* Pueblo por pueblo, trayectoria y existencia del Chepe.

* Narraciones puntuales y precisas de la doctora Abi Nieto Pérez.

* Una estación lleva el nombre de Enrique Creel, constructor pionero.

* Al paso están Arareco, Cusárare, Batopilas, Basaseachi y Concheño. …

El viaje de Fernando Benítez a la Sierra Tarahumara

LA SUAVE PATRIA

Luis Alberto García * / San Ignacio Arareco, Chih.

* Recuerdo de agradecimiento por el cronista de los indios.

* Evocación de una entrevista publicada y premiada en 1970.

* El profesor resucitó un gran reportaje escrito en 1957.

* Dedicó parte de su obra prolífica a los pueblos originarios.

* Trabajó con ellos mucho tiempo, con no pocas fatigas.

* La belleza, la dignidad, la magia y la gran tragedia de México.

“El indio es libre para morirse de hambre”, nos dijo el profesor Fernando Benítez en una entrevista realizada en febrero de 1970, publicada en el periódico “Universidad”, ganadora del Premio Nacional de Periodismo Estudiantil promovido por el Instituto Nacional de la Juventud Mexicana, en la cual revelaba la realidad de un sector que ha buscado justicia sin encontrarla.

A las orillas del lago de San Ignacio Arareco –a pocos kilómetros de Creel, centro político y económico de la Sierra Tarahumara, sobre la ruta del Ferrocarril Chihuahua Pacífico- recordamos en esa quietud bucólica la mirada de ojos azules y la voz lenta que parecía dictar sus pensamientos, como cuando tomábamos clase en el salón 1 de la Facultad de Ciencias Políticas de nuestra UNAM.

Creador de grandes suplementos culturales, promotor de la obra y maestro de personajes que, desde sus inicios, han brillado en el periodismo actual y en la literatura mexicana contemporánea, Benítez viajó por el país para recoger testimonios vivos de los mixtecos, zapotecos, mixes, mayas, otomíes, zoques, tzoltziles, lacandones, tepehuanos, yaquis, mayos, coras, huicholes y rarámuris o tarahumaras.

A estos últimos dedicó el segundo capítulo del primer tomo de su invaluable colección de seis volúmenes –Los indios de México, Editorial Era, 1967--, parte concluida y poco difundida diez años antes, cuando, en septiembre de 1957, lo escribió un mes después de su regreso de Chihuahua.

En el encuentro de 1970 con su alumno de periodismo, explicó ajustándose sus pequeños espejuelos que, años después, la lectura de lo que llamó “manuscrito olvidado” revivió en él las impresiones de aquel recorrido por la Alta Tarahumara y así reconstruir el estado de ánimo que lo empujó a emprender nuevas tareas, abandonando un proyecto al que dedicó mucho tiempo y no pocas fatigas, abarcando de la conquista española y su ambición, hasta el alzamiento zapatista de 1994.

El primer libro –que contiene sus experiencias en San Luis Potosí, Jalisco, Nayarit, Chiapas, Oaxaca, Hidalgo y Chihuahua-- ocupaba un lugarcito silencioso de la biblioteca del séptimo piso de su casa en la Colonia Guadalupe Inn, al sur capitalino, con el polvo de los años envolviéndolo en un sudario melancólico; sin embargo, Fernando Benítez se animó a conversar sobre sus jornadas en la Alta Tarahumara, al norte de la Sierra Madre Occidental en el tan lejano 1957.

No escatimó palabras se quejó respecto a una situación que ha permanecido igual en el tiempo, con sus constantes de miseria, violencia y fraude y, a más de cincuenta años de aquella visita del alumno al maestro, junto a una laguna de reflejos plateados, hay que evocarlo algo triste; pero lúcido y memorioso en todo momento.

Murió en enero de 2001 y a pesar del paso del tiempo recordamos que, al iniciar la conversación, nos conmovió con estas palabras: “Los indios que, en 1910, eran la tercera parte de la población, hoy constituyen algo menos de un 10%; sin embargo, en esa minoría aún radica mucha de la belleza, de la magia, de la dignidad y de la gran tragedia de México”.

Se refería no solamente a los cincuenta mil indios rarámuris que habitaban esa región del norte de México, sino a todos cuantos vivían entonces en nuestro territorio, a quienes se refirió como sobrevivientes no de una, sino de mil catástrofes.

“Están dispersos –expresó-- en las montañas y en los desiertos, son millones de mexicanos que tienen hambre y viven en la angustia y en la desesperación, víctimas de los invasores y ladrones de sus tierras y aguas; pero todos somos culpables de una situación afrentosa que vacía de sentido cualquier idea que nos hagamos acerca del progreso o de la democracia”.

Al contarnos cómo inició la serie de crónica que tituló “Viaje a la Tarahumara”, destacó que atrás había quedado Chihuahua, su desierto jaspeado como el ala de una codorniz, las parcelas grises, las tierras resecas y solitarias; pero de pronto el mundo verde de los montes apareció con la arbitrariedad milagrosa de un espejismo.

Como nos pasó en este fin de la segunda década del siglo XXI, el profesor Benítez se encontró a cinco grados de latitud y a tres de la latitud que comprende ese vasto fragmento de territorio lleno de barrancas, ríos, llanos y una serranía en la que, con vigor, prosperan los pinos, los encinos y los fresnos, retando al invierno, con las ramas doblándose hacia abajo bajo el peso de la nieve.

“Era la temporada en que las praderas desaparecían y los ríos estallaban en cristales”, rememoraba don Fernando: “Así vi una Sierra Tarahumara tan pródiga en bosques; pero avara en buenas tierras, con una realidad compuesta de pinos audaces y generosos que se empeñaban en cubrir con su manto verde las heridas y las brutales cicatrices de las montañas”.

Emocionado, mirando sus figuras precolombinas de barro colocadas en un librero, al momento puso en sus labios palabras llenas de lirismo y poesía: “Los poderes creadores del constructor de paisajes carecen de límites; sin embargo, todo en la sierra parecía condenado al fracaso en medio de un universo que se desplomaba”.

Adelantó para nosotros algo que conoceríamos tantos decenios después, al decir que ahí estaban los cañones de Urique, de la Bufa, de La Sinforosa y de las Barrancas del Cobre, que inmovilizan la destrucción en una sinfonía de verdes, ocres y amarillos, en un mundo hundido que desciende hasta las entrañas de la sierra que, sin duda, nos acoge sin pedirnos más.

“Los indios han vivido en sus tierras desde hace cientos de años -dictaminó el profesor Benítez-, y nosotros tenemos cinco siglos de usurpárselas, y por esa sencilla y simple razón ellos tienen más derecho a ellas que el resto de los mexicanos, sea en Chiapas, Oaxaca, Hidalgo, Yucatán o en Chihuahua, siempre infinita y desmesurada, descomunal y grandiosa”.

*Premio Nacional de Periodismo / 2011, 2015, 2019 / Categoría Crónica.

 

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